La Feria de Sevilla, la Feria de
Abril no entiende de calendarios, tiene su propio ritmo, marca su propio compás,
habla su propio lenguaje. Puede celebrarse en abril (como su propio nombre
indica) o en mayo, pero cuando llega… el tiempo y la fecha dejan de importar.
Las calles de albero, las luces
colgadas en el cielo, las risas que se escapan de las casetas y los farolillos
que bailan con el viento. El ambiente lo envuelve todo. Hay algo único, algo
que la hace especia: una mezcla de música, tradición y alegría que te atraviesa
desde que pisas el recinto.
Es difícil explicarle a alguien
que nunca ha estado lo que se siente en la Feria. Porque no es solo una fiesta:
es una forma de estar en el mundo, de celebrar lo nuestro, de rendir homenaje a
la belleza de los pequeños y grandes momentos. Desde el peinado cuidadosamente
recogido hasta el último volante del vestido.
Y luego está el traje de flamenca: ese vestido de gitana que se elige con mimo, que se sueña, que se prueba una y otra vez. Un mantón bordado, flores bien altas y los labios pintados... Y de pronto, no hace falta más, solo dejarse llevar. Caminar por las calles con paso firme, sonrisa abierta y abanico en mano. Escuchar una sevillana y querer bailarla aunque te fallen los pasos. Encontrarte con amigos, brindar con manzanilla y perder la noción del día. La Feria de Abril tiene algo mágico. Y si tienes la suerte de vivirla, aunque sea una vez, solo desearás volver a repetirla.
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