Cada diciembre, cuando las
ciudades se llenan de luces tintineantes y villancicos, algo en nuestro
interior se despierta. Es un cosquilleo familiar, una chispa que nos devuelve a
la esencia del niño que fuimos, del niño que siempre seremos. Es la magia de la
Navidad, esa época que nos invita a soñar y, sobre todo, a regresar, porque
siempre es bueno volver a casa por Navidad.
Como cada año, hay quienes cruzarán
mares, carreteras o incluso apenas unas calles para regresar a casa. Nos
reuniremos junto al árbol y la mesa del comedor, comentaremos recuerdos y
comeremos turrón, brindaremos fuerte con cariño e ilusión. Es justo en ese
preciso momento, cuando vivimos la magia de la Navidad en todo su esplendor.
La Navidad es sinónimo de fascinación,
fantasía y asombro. De ver la alegría en los ojos, de escuchar el murmullo de
conversaciones de amigos y seres queridos o el rasgar esos papeles de regalo
que Santa Claus y los Reyes Magos envolvieron con ilusión.
Y así, entre risas y abrazos,
descubrimos año tras año, que la Navidad no es solo una fecha en el calendario,
sino un recuerdo en presente y pasado; un momento al que regresar cada vez que
escuchamos las mágicas palabras de: “¡Feliz Navidad!”.
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