El esquí no es solo un deporte,
es un planazo. Y si hay un lugar donde el invierno se vive a lo grande, ese es
Formigal, en pleno Pirineo aragonés. Una estación con 180 kilómetros de pistas,
buen ambiente y una oferta après-ski que hace que cada jornada en la nieve
termine en una auténtica fiesta.
El día empieza temprano. Un café rápido, un desayuno con prisas y la emoción contenida de quien está a punto de deslizarse sobre una postal de invierno, las botas bien ajustadas y al telesilla. Las primeras bajadas son las mejores: nieve recién pisada, menos gente y el sol asomando entre las montañas. Solo existe la ladera blanca, la sensación de velocidad y el juego constante que entrelaza la gravedad con la adrenalina.
La zona de Tres Hombres y el
Valle de Izas son paradas obligatorias para quienes buscan buenos descensos,
mientras que en Portalet el ambiente es más relajado y perfecto para disfrutar
de las vistas. Y para los que prefieren combinar esquí con una experiencia
diferente, no hay que perderse la zona de Cantal y su icónico iglú con música
en directo. Parar allí para una copa de champán con vistas a las montañas es
casi un ritual.
Porque el invierno tiene su
propio lenguaje y el esquí está escrito en copos de nieve que se deslizan
silenciosos sobre las laderas heladas. Es la conversación en el telesilla, los
guantes quitados con torpeza para ajustarse las gafas, el calor del café
caliente en un refugio de madera mientras la nieve sigue cayendo afuera. Son
las risas compartidas después de una caída tonta, el cansancio feliz al final
del día, la sensación de quitarse las botas sabiendo que has aprovechado cada
minuto.
Pero si algo hace especial a Formigal es su après-ski. Aquí la jornada no termina cuando cierran pistas. Empieza con una cerveza en la terraza de la base, sigue con una cena en alguno de los restaurantes de la urbanización y culmina en Marchica, una fiesta rodeada de nieve. A partir de media tarde, una pista, algo diferente, se llena de esquiadores todavía con el mono puesto, dispuestos a alargar la diversión hasta el cierre. Porque no hay mejor forma de terminar el día que gritando a pleno pulmón Sweet Caroline mientras unos fuegos artificiales iluminan el cielo.
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