En el atelier de Fely Campo hay
una quietud viva: el ruido de las tijeras que rasgan los tejidos, el susurro de
un patrón que se repite y la certeza de quien lleva años traduciendo la vida de
las mujeres en prendas que duran. A penas dos días antes de presentar Dreaming
en la pasarela madrileña, la diseñadora nos recibe en su estudio y habla con la claridad de quien conoce
cada hilo de su oficio desde la infancia y sigue despertándose con la misma
curiosidad. Fely se define, ante todo, como: “Una apasionada completamente de
mi trabajo”, y esa pasión es la brújula que ha guiado una carrera que nació en
Salamanca y hoy ocupa un lugar en la Mercedes-Benz Fashion Week de Madrid y en
el resto del mundo.
Cuando le pregunto por sus
orígenes, por ese instante que la llevó a lanzarse, cuenta una escena sencilla
y poderosa: “Tenía catorce años, recogía retales en un taller […] y se hizo me
hice un vestido. Muy corto, seguramente muy feo, pero diferente.” Aquello fue
el puente entre su timidez y el mundo: “Entonces yo ahí me crecí y dije: “Esto
es maravilloso, voy a hacerme un vestido cada semana.””, recuerda. Esa decisión
tímida pero decidida dibujó el ADN de su trabajo: creación desde el tacto y la
experiencia más que desde la moda del momento.
Dreaming, la colección que
desfiló ayer, sábado 20 de septiembre, en la pasarela, nace exactamente de ese
gesto: del amor por la materia, del deseo de que una prenda acompañe más de una vida.
Fely abre los ojos cuando habla de tejidos: “Cuando veo un tejido, lo toco...
para mí ahí es un poco soñar. Qué voy a hacer con ese tejido, cómo lo puedo
manipular, hasta dónde puedo llegar con él…”. Ese sueño, para ella, no es una
fuga: es una acción artesanal, un proyecto que se materializa en patrones y
costuras.
Esa intención se expresa en la
idea de atemporalidad que atraviesa la colección. En el corazón de Dreaming
hay una tensión entre estructura y fluidez: sastrería femenina que busca un
sello actual y piezas en movimiento que sorprenden por su ligereza. “He
utilizado sastrería de forma femenina y ropa adaptada, bien hecha, que sienta
bien […] En la última parte del desfile he utilizado un tejido difícil,
complicado, pero maravilloso”, explica. Y añade con la honestidad de quien
prueba y aprende: “En cada colección de la fashion week siempre introduzco algo
que no he utilizado antes, ya que no puedo ponerlo en mis colecciones diarias”.
Este impulso por experimentar es la que mantiene su trabajo vivo.
No es casual que la campaña
visual de la colección recurra a los mosaicos de una villa romana. Fely traza
una metáfora clara: los mosaicos son materiales locales que han perdurado
siglos; su ropa aspira a esa durabilidad ética y estética. “No creo que mi ropa
vaya a durar siglos, evidentemente, pero sí mucho tiempo”, dice, y después cuenta
testimonios de clientas que guardan vestidos suyos veinte o treinta años y aún
los vuelven a usar. Esa idea de prenda que acompaña, que no disfraza, es el
núcleo de su práctica: “Es dar ilusión para cumplir sueños a muchas mujeres”, asegura.
La elegancia, en su vocabulario,
es íntima y sencilla: “La elegancia está en eso que tú lo llevas, lo llevas
porque es parte de ti”, dice. Huye del ornamento gratuito y persigue el patrón
mínimo que diga mucho. Esa búsqueda del menos que dice más le viene de
la técnica y del tiempo: “Cuanto más conoces un tejido, cuanto más conoces un
patrón… la creatividad se potencia con el conocimiento”. En otras palabras: la
experiencia no paraliza; afina.
También hay una filosofía
profunda sobre la mujer real. Fely habla desde la observación acumulada: ha
vestido generaciones: novias, mujeres que vivían otras normas sociales,
clientas que han envejecido con su ropa y ha visto la transformación social en
carne propia. “He visto la evolución de la mujer que ha sido brutal... Ahora
una novia de entre 24 a 32 piensa de una forma muy diferente a hace 10 años”,
reflexiona. Por eso su ropa dialoga con la vida: es respetuosa con los cuerpos,
con la edad, con las necesidades reales: “Pido a las mujeres que se miren y se
quieran, se quieran un montón, con todo su cuerpo porque son únicas”, insiste.
El negro ocupa un lugar personal
y simbólico en su paleta: es su color refugio: “El que te esconde un poco”, una
elección que tiene que ver con la seguridad. Pero la colección no se encierra
en eso: introduce el verde lima o el naranja tostado y una gama que va del
blanco al beige y al negro, siempre comedida, siempre pensada. Y esos colores,
como las piedras de Salamanca que le inspiran, trabajan la sobriedad.
Si hablamos por los retos, por lo
que cuesta mantener una coherencia creativa durante tantas décadas, la
respuesta es de pura tenacidad. Sus comienzos en una habitación de casa, la
decisión de abrir un local a pesar de la falta de apoyos, la lucha por hacerse
visible… todas esas vivencias regresan en para recordarnos que la carrera es
también un combate: “Me costó una decisión... fue una decisión brutal”, dice,
recordando su primera placa, la primera puerta abierta a la calle. Y añade, con
una sonrisa: “He tenido muchos altibajos en 53 años, pero puedo decir que sigo
ahí”.
Aún hoy, Fely piensa a varios
años vista con planes a cuatro o cinco años y siente que la profesión es
inagotable. “Es un oficio que no se aprende en una vida”, afirma con humildad y
ambición. Y aunque le pregunten por la jubilación, su respuesta es eléctrica: “¿Tú
a mí me ves con ganas de jubilarme? La vida me jubilará”, declara. Mientras
tanto, forma a quienes la acompañarán en el taller y guarda esa energía que,
dice, la mantiene en marcha.
Las colecciones de Fely Campo resumen
todo lo que ella transmite: una mujer que transformó su timidez en una forma de
mirar el mundo, que aprendió a construir sueños con las manos y que sigue
insistiendo en que la moda puede ser lugar de seguridad y confort. Fely hace
ropa para que las mujeres se reconozcan y se celebren; su lección es sencilla y
radical: “Mirarse con cariño” es, a la vez, un acto de resistencia y de
libertad.
Ayer, cuando su pasarela mostró Dreaming,
no fue un desfile más: será la continuidad de una vida dedicada al vestir y a
devolver la esperanza a mujeres que buscan, en la ropa, algo que las acompañe. Porque
la ilusión no caduca; se convierte en oficio, en paciencia y en trabajo hecho
con respeto.