Es llegar el verano, descubrir en
el calendario que el cole ya ha acabado y se me eriza la piel. Aunque aún este
a kilómetros y no sepa cuándo, ni cuánto tiempo podré volver, el olor a salitre
me envuelve y se me revuelve el pelo solo al contar en los días que quedan para
poder regresar un año más.
Porque hay lugares que por muy
lejos que estén fueron, son y serán un rincón insustituible, un momento imborrable.
Ya está aquí el buen tiempo, ya
solo apetece arena y olas de mar, dejarse llevar… Y aunque ya no tenga la llave
que me permita cruzar ese umbral una vez más, esa casa sigue siendo la más pura definición de hogar.
Ahora los veranos han cambiado,
nunca serán lo mismo que a tu lado, pero es regresar a sus calles empedradas y
verte cruzar la ría con la barra de pan bajo el brazo. Porque, aunque los días
de verano ya no sean tantos, sigo recordando el camino a la playa hasta con los
ojos vendados.
Y es así como pasan los días y se
van tachando en el calendario hasta que, por fin, subo al coche y ponemos rumbo
a las frías aguas del norte.
Porque nadie se imagina cuanto echo de menos esos momentos de moreno lento, del naranja del sol al atardecer, de poder perder la cuenta de cuántos días quedan para volver. Un verano eterno, igual que la morriña que ahora llevo tatuada en mi piel.
2 Comentarios
Y lo Q Mola el verano
ResponderEliminar¡Eso también, sin ninguna duda!
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