Hay prendas o, en este caso, calzado
que no grita, pero resiste; que no necesitan imponerse para quedarse. Las
alpargatas son una de esas piezas silenciosas que, temporada tras temporada,
reaparecen como quien no quiere la cosa, con la naturalidad de quien sabe que
nunca se irán del todo. Tal vez por eso, en pleno siglo XXI, siguen siendo
sinónimo de verano, de autenticidad y de belleza sin artificios.
Su historia se remonta siglos
atrás: las alpargatas fueron el calzado de campesinos, pescadores,
jornaleros... hombres y mujeres que recorrían caminos de tierra seca con la
suela de yute como única protección. Nacidas entre el norte de España y el sur
de Francia, las alpargatas no aspiraban entonces a estar de moda, pero lo
estaban sin saberlo. Su sencillez, su funcionalidad y su ligereza las
convirtieron en algo más que un zapato: en una forma de disfrutar el verano.
Hay imágenes que se han vuelto
casi símbolo: Dalí caminando por Cadaqués con unas alpargatas deshilachadas, o
Grace Kelly paseando en la Riviera con vestido camisero y sus cintas al
tobillo. Incluso hoy, en algunas pasarelas de alta costura, siguen apareciendo
como ese guiño inesperado a la tierra, al origen, a lo esencial... Porque las
alpargatas, como el buen estilo, no entienden de estridencias, sino de
coherencia.
Recuerdo que el primer artículo
que escribí para la revista Telva, mi primer día en la redacción, fue
precisamente sobre ellas. Un texto dedicado a las alpargatas de Toni Pons. No
deja de tener algo poético que esa historia, esa primera vez, estuviera ligada
a un zapato tan humilde como elegante, tan arraigado a lo nuestro, a nuestras raíces.
Quizá por eso cada verano, al verlas de nuevo en escaparates y maletas, me
viene ese recuerdo, como quien vuelve a su casa de la infancia.
Hablar de Toni Pons es hablar de
oficio, de dedicación, de pueblos donde el tiempo tiene otro ritmo y el calzado
aún se cose a mano. Fundada en los años 40 en Osor (Gerona), la firma ha sabido
conservar el alma artesana mientras adapta sus diseños a los nuevos gustos. Hoy
puedes encontrar desde modelos clásicos de lona hasta reinterpretaciones en
lino natural o piel, pero el espíritu es el mismo: alpargatas pensadas para
durar, para pisar verano tras verano.
Una persona dijo una vez que
"hay zapatos que se heredan, como los recuerdos". Y las alpargatas,
con sus cintas, su trenza de yute y su fragilidad firme, pertenecen a esa
categoría. Las hay con cuña para elevar un vestido fluido, planas para recorrer
mercados y callejuelas, o tipo mule para los días de ciudad en los que una
quiere comodidad sin perder el estilo. Todas cuentan algo, incluso antes de
caminar.
Las alpargatas no son solo un calzado: son ese gesto que resume el verano en una pisada, ese aire despreocupado que solo tienen las cosas que no necesitan explicación, son olor a tierra, a casa, a vacaciones... Son pasado, presente y lo que vendrá. Y quizá por eso, hay cosas que no cambian y que, con un poco de suerte, nunca cambiarán.
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